Minuto 93. El Barça volcado en el área del Chelsea porque un sólo gol les clasifica. Un equipo, el de Guus Hiddink, que intentaba rematar la eliminatoria a la contra con la velocidad de sus delanteros Drogba y Anelka. El Barcelona no había tirado a puerta en todo el encuentro, pero había llevado siempre la iniciativa, incluso con la expulsión de Abidal en el minuto 65 de manera imprevista no había logrado que el Chelsea controlara el partido. De repente, en la última posibilidad, Alves centra un balón, Eto'o la controla en la otra banda, se la cede a Messi que aguanta el cuero y ve la llegada de Andrés Iniesta desde el centro del campo.
El tiempo se paró en seco, tal y como había pasado el partido parecía imposible la clasificación, todo dependía de que ese tiro entrase y, maravillosamente, entró. Un chutazo limpio que entra por la el palo izquierdo de Cech sin que este pudiera hacer nada para evitarlo.
Un momento para el recuerdo de todos los barcelonistas en el campo o en sus casas, un momento en el que se hizo justicia poética: venció el buen fútbol de toque al de la fuerza, el del control del partido al de la cobardía de esperar atrás, el de un equipo hecho a base de cantera frente a uno hecho a base de petrodólares...Fue precisamente Iniesta, el chaval de La Masía, el que decidió la eliminatoria. Quizá fue injusto por las ocasiones de ambos, pero compensó el frustante cerrojazo del Chelsea en la ida, pero en 180 minutos suele ganar el mejor; el que no se rinde y lucha con sus principios hasta el final aunque la suerte no te sonría.
Todo fue una constante cuesta arriba desde el minuto 9, en el que Michael Essien conectó un tiro desde fuera del área después de un rebote defensivo y acabó mandando el balón a la parte inferior del larguero, rebotó el balón dentro y, en ese momento, el Chelsea ya estaba en la final.
Un momento duro por ser demasiado al principio y por no preverse. A partir de ahí, fue un duelo épico, jugado a cara o cruz, el todo por el todo en los ochenta minutos restantes.
El equipo de Hiddink debía mantener al máximo la concentración defensiva, presionar a los “arquitectos” del juego azulgrana y que el balón llegara a Drogba y Anelka con la mayor rapidez posible. El plan funcionó la mayor parte del tiempo, pero la novedad fue que Valdés cuajó un partido perfecto y tuvo una de sus mejores noches cuando más hacía falta.
El duelo era duro, rápido en la contras del Chelsea antes las ( a veces ) interminables posesiones azulgranas que no se acababan de transformar en posibilidades de marcar, puesto que no se tiró a puerta a Cech hasta el momento en que apareció Iniesta.
Cada vez era menos tiempo, y el guión parecía el de una película de terror: todo el Chelsea encerrado en su campo pero aprovechando las debilidades de una defensa de circunstancias ( en la que Touré actuó de central ) y la falta de definición del equipo de Guardiola ( Henry no jugó ningún minuto ). El árbitro, nefasto en el reparto de faltas y de tarjetas, favoreció el juego subterráneo del Chelsea al señalar con igual gravedad faltas de diverso pelaje: así fue como a Alves le enseñaron una amarilla que le impide jugar en Roma y, sobre todo, Abidal fue expulsado por ( supuestamente ) zancadillear a Anelka cuando enfilaba sólo hacia portería.
Todavía quedaba media hora pero no había señales para crear en el milagro, de no ser porque éste es un equipo campeón, que es capaz de morir con unas ideas y nunca se rinde. Como Iniesta, un representante de todo lo que supone este Barça.
El 27 se verá las caras con el Manchester en Roma, después de que ayer venciera con gran autoridad al Arsenal en su propio campo ( 1-3 ), con un gran Cristiano Ronaldo que demuestra que los de Álex Ferguson, vigentes campeones, van a ser otro rival duro de pelar
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